Las fobias no son un trastorno extraño. De hecho, son muy comunes. Los expertos calculan que en su conjunto tienen una incidencia en el 5% de la población mundial. Esto significa que una de cada veinte personas padece algún tipo de fobia. Las mujeres las sufren con más frecuencia que los varones.
Una de las más paralizantes es la fobia social. Quienes la experimentan, presentan ansiedad y timidez excesivas ante situaciones sociales cotidianas, con temor persistente, intenso y crónico de ser observados y juzgados por los demás, o de efectuar determinadas acciones que les resulten comprometedoras.
La preocupación anticipatoria puede ser profunda, al punto de interferir en las actividades diarias y en las relaciones interpersonales. Aunque los pacientes se dan cuenta de la irracionalidad o del exceso de temor, no saben superar la situación. Pese a reconocer sus miedos, generalmente tienen una ansiedad anticipatoria significativa, suma incomodidad durante el encuentro con otras personas y preocupación previa y duradera relacionada con la evaluación de los otros.
Puede limitarse a una circunstancia determinada –como hablar en público-o ser más generalizada. Los síntomas físicos asociados incluyen ruborización, sudoración, temblores, náuseas y dificultad para hablar, lo que puede provocar que el paciente se sienta examinado. A menudo, el trastorno comienza en la infancia o adolescencia temprana y afecta a ambos sexos por igual. Es habitual que se vincule con depresión o abuso de sustancias.
La fobia específica consiste en el miedo irracional y desproporcionado a objetos o realidades, como alturas, ascensores, túneles, rutas, lugares cerrados, animales y sangre.
Si bien los adultos son conscientes de la irracionalidad de sus miedos, no pueden soslayar una gran ansiedad o crisis de angustia. Es usual que el doble de las mujeres la sufran en comparación con los hombres y existiría cierta predisposición familiar para tenerla. Si el objeto o hecho temidos son fácilmente evitables, es probable que el paciente no pretenda ayuda; en cambio, si la fobia interviene en la vida personal o profesional, el individuo busca tratamiento.
El tratamiento farmacológico es efectivo para controlar los síntomas mientras el paciente recibe psicoterapia. Las principales drogas empleadas son los antidepresivos, ansiolíticos y betabloqueantes para controlar algunos síntomas físicos.
Los antidepresivos tienen efecto entre las cuatro y seis semanas de iniciado el tratamiento. Los utilizados generalmente son: fluoxetina, sertralina, escilatropam, paroxetina y citalopram.
Fuente: USA Department of Health and Human Services